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Tailandia Vol. 1 | La llegada a Bangkok

La única manera de contar este viaje es desde el principio, paso a paso y segundo a segundo, tal como lo viví. Aquí la historia de la llegada y el reencuentro.

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«¿Cómo se cuenta un viaje como este?». Esa fue la pregunta que apareció en mi cabeza cuando estaba pensando cómo comenzar a escribir esta entrada.

¿Comenzamos por lo general? Bien, Tailandia es increíble, uno de los países más ricos en tradición que he visitado. Pero eso no es suficiente.

¿Vamos al detalle? Templos budistas cada dos calles, puestos de comida callejera que aparecen con aún más frecuencia, transeúntes sonrientes, conducción por la izquierda, tuk tuk… es un cuento sin pies ni cabeza.

Así que la única manera de contar un viaje como este es desde el principio, paso a paso y segundo a segundo, tal como lo viví.

Esto no es ni una pizca de las sensaciones de estar en Tailandia, pero es mi intento más honesto de capturarlo en un post, para mi recuerdo y para entretenimiento del que lo lea.

Capítulo 1: El viaje

Un viaje como estos no puede iniciar en otro lugar que no sea la capital de Tailandia; la ciudad donde todos los turistas llegan para, posteriormente, definir la ruta a seguir. Al menos así fue en mi caso.

En Bangkok aterrizan la mayoría de vuelos internacionales, pero en esta historia interesan dos: uno que viene desde Bogotá y otro que viene desde Melbourne. El mío, claro, fue el primero.

Tras 33 o 36 horas, un retraso de una hora en Bogotá, una parada de otra hora en Ciudad de Panamá y una escala de cuatro horas en Estambul, finalmente llegué al aeropuerto de Suvarnabhumi.

El primer desafío: cambiar los 100 USD que llevaba a la mejor tasa. Para mi sorpresa, en el aeropuerto solo había una opción y, pues, fue la que tomé. Necesitaba el efectivo para comprar una SIM card y pagar los 60 bahts del bus S1 que me llevaría a la zona de Khao San. Otra hora de espera después, estamos en camino.

Mis primeras impresiones de Bangkok me asombran. Grandes vallas publicitarias en un idioma que no entiendo; autopistas de 4 carriles sobre la que solo se ven carros modernos; un sol de mediodía brillando en lo más alto de un cielo grisáceo; tailandeses viviendo su cotidianidad mientras yo estoy que me salgo de mí misma al estar tan lejos de mi zona conocida… estos pensamientos me acompañan durante el trayecto.

Luego veo una estructura que llama mi atención. Es el Monumento de la Democracia, emplazado en medio de una rotonda que conecta Ratchadamnoen Klang Road con otras vías secundarias. La vía principal estaba adornada con hileras de bombillas que seguramente encenderían en la noche. «Claro, es por el Songkran», recordé.

Mi plan de conocer Tailandia en abril, época en donde inició un verano que nos acogió con temperaturas de 44° C, era experimentar el año nuevo tailandés, el Songkran. Eso, y reencontrarme con Diego para disfrutar de una luna de miel que nos debíamos.

Mientras yo estaba absorbiendo lo más que podía de estos primeros momentos en Tailandia, Diego estaba en un avión. Llegaría a las 9 de la noche. Tenía tiempo para explorar la ciudad en solitario.

Capítulo II: 7-Eleven y los bahts

Al llegar al airbnb descargué mi mochila, me refresqué el bloqueador solar y tomé 35 bahts para comprar algo de comer.

Como si la conociera de antes, salí en explorar la ciudad y, a unos cientos de metros del alojamiento, llegué a una calle amplia, decorada con banderines rojos y algunos puestos de comida callejera. Al grabarme el mapa de Google en mi cabeza, asumí que era Khao San Road.

De día, Khao San Road es una calle como cualquier otra, sin nada del bullicio y la locura que se lee en internet. Bastaría con esperar algunas horas más para verla transformada en un lugar donde los bares compiten a poner la música más ruidosa, vender la cerveza más barata y atrapar al turista con los shows de seducción más extravagantes.

Pero volvamos a la búsqueda del almuerzo. Créanlo o no, con 35 bahts se encuentran variadas opciones de comida, aunque no en el tamaño de porción que estaba buscando. Así que decidí esperar hasta encontrarme con Diego para probar los sabores tailandeses por primera vez juntos.

De camino al alojamiento, contenta con mi primera exploración de la ciudad, vi un 7-Eleven. Ya conocía estas tiendas de mi viaje por Corea y sabía que se podía encontrar de todo, así que era «la vieja confiable». Sin demorar, me posé frente a la entrada, las puertas automáticas se abrieron con su clásico tintinar y allí lo vi: un sándwich de jamón y queso a 29 bahts que se convertiría en el menú insignia de nuestros desayunos.

Lo compré, llegué al airbnb, me lo comí y dormí hasta que llegara mi amado esposo.

Capítulo III: Reencuentro en Khao San Road

Desperté como a las 6 o 7 p.m., me bañé y, minutos después, recibí una llamada de Diego:

– «Babe, ya estoy aquí», me dijo.

– «¡¿Qué?! ¿Ya estás en la recepción?», pregunté.

– «No, en el aeropuerto… Voy a tomar un Grab y llego en una hora», me contestó.

Esa hora fue eterna, ¿qué le iba a decir?, ¿cómo lo iba a abrazar?, ¿cómo me iba a sentir?

Diego estuvo los últimos 7 meses en Australia cumpliendo su objetivo de aprender inglés, así que de los 15 meses de matrimonio que llevábamos en ese entonces, solo compartimos la mitad. Por eso, el reencuentro por el cual crucé la mitad del mundo tenía mucho peso.

No importó lo que planeara para ese momento, al final todo siempre sucede de forma natural. Cuando nos vimos, el abrazo fue igual de largo que la espera. Y qué mejor lugar para vernos de nuevo que en Bangkok en vísperas del Songkran. Así que, emocionados, salimos a conocer la ciudad de noche.

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Las luces de neón del parque Santi Chai Prakan se encendieron y, con ellas, los centenares de puestos callejeros.

Imaginen música a todo volumen, el olor de las especias tailandesas, locales y turistas disparando chorros de agua con pistolas de todos los tamaños, ¡incluidos carro tanques!… esa fue la antesala del Songkran, que iniciaría oficialmente al día siguiente.

Y yo, orgullosa por la exploración que hice horas antes, invité a Diego a Khao San Road para mostrarle lo que había visto… ¡todo había cambiado y se volvió en la clásica escena fiestera que ya es famosa en internet! Aunque no es nuestro ambiente favorito, nos quedamos allí por un rato, sumergidos en el ambiente festivo y las vibras nocturnas de Bangkok.

Una vez tuvimos suficiente del bullicio, fuimos a la calle contigua, Thanon Ram Buttri, donde cenamos bajo la luz de la ciudad, al frente de los puestos callejeros: un mango sticky rice de 30 baht para iniciar y un pad thai de 80 baht de plato fuerte. ¿Qué puedo decir? Absolutamente delicioso.

Así cerramos el 11 de abril de 2024: juntos, en Bangkok, y feliz por estar cumpliendo otro de los propósitos que me puse para este año, vivir el Songkran.

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