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Cada cosa en su lugar

La semana pasada, mi hermana me enseñó uno de los tantos poemas que ha leído recientemente. Y me impactó tanto que no me lo pude sacar de la cabeza. Por eso, hoy escribo sobre él.

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El poema va así:

Economía doméstica

He aquí la regla de oro, el secreto del orden:
Tener un sitio para cada cosa
y tener
cada cosa en su sitio. Así arreglé mi casa.
Impecable anaquel el de los libros:
Un apartado para las novelas,
otro para el ensayo
y la poesía en todo lo demás.

Si abres una alacena huele a espliego
y no confundirás los manteles de lino
con los que se usan cotidianamente.
Y hay también la vajilla de la gran ocasión
y la otra que se usa, se rompe, se repone
y nunca está completa.
La ropa en su cajón correspondiente.

Y los muebles guardando las distancias
y la composición que los hace armoniosos.
Naturalmente que la superficie
(de lo que sea) está pulida y limpia.

Y es también natural
Que el polvo no se esconda en los rincones.
Pero hay algunas cosas
que provisionalmente coloqué aquí y allá
o que eché en el lugar de los trebejos.
Algunas cosas. Por ejemplo, un llanto
que no se lloró nunca;
una nostalgia de que me distraje,
un dolor, un dolor del que se borró el nombre,
un juramento no cumplido, un ansia.

Que se desvaneció como el perfume
de un frasco mal cerrado
y retazos de tiempo perdido en cualquier parte.
Esto me desazona. Siempre digo: mañana…
y luego olvido. Y muestro a las visitas,
orgullosa, una sala en la que resplandece
la regla de oro que me dio mi madre.

Autora: Rosario Castellanos.

Gracias a mi hermana, he aprendido que un poema le habla de cosas distintas a cada persona, pues todo depende de su interpretación, del sentimiento que evoque o del momento que estén pasando.

En mi caso, este poema reafirmó algo que venía experimentando y que le ha traído muchísima claridad a mi vida. Y es que hay un momento y un lugar para cada cosa, por eso, hay que dejarlos vivir en su espacio.

A mí, que me costaba sentir algunas emociones por ser «negativas» (la rabia, por ejemplo), no les dejaba su espacio… ¡se tenían que ir lo más rápido posible! Cuando, en realidad, lo importante es reconocerla para gestionarla. Y para eso necesito ponerla en su lugar.

De igual manera me ocurría si me tomaba un día libre. Pensaba: «¡pero qué desperdicio; debería estar haciendo algo más!». Pero el ocio también es parte importante de la vida, y lo debo poner en su sitio.

O las veces en que se me llenaba la cabeza con mil ideas, nuevos proyectos, nuevos sueños, nuevos objetivos. ¿Dónde los iba a poner? Al final, un poco de orden ayuda a poner foco en lo que realmente quiero conservar, lo que no quiero que se pierda y que luego «me desazone». Para una mente distraída y antojada como la mía, esto es importante.

Y aunque a veces la vida se revuelva y, parafraseando a la poeta, se coloquen las cosas provisionalmente en lugares que no corresponden, siempre se puede tomar un tiempo para volver a ordenarlo todo. Una y otra vez porque la vida, de una forma u otra, consigue revolverse.

Lo importante es darle a cada cosa su momento y lugar. Porque lo que no se sintió a tiempo ya no va a estar ahí, sino más profundo. Porque lo que no se puso en su sitio ya no se va a encontrar, se perdió.

En esa pausa para ordenar está la perspectiva. Y en la perspectiva está la gratitud.

Yo, que era una desordenada crónica, recién lo estoy entendiendo.

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